A estas alturas conjugar resulta muy fácil, aunque no para nuestros gobernantes, que suelen eludir los primeros tiempos verbales de ciertos verbos. Proteger, salvar, enseñar, cuidar, ejemplarizar son una muestra de la pléyade de acciones que nosotros, los funcionarios, los supuestos esenciales, hemos tenido que articular una y otra vez en estos tiempos de pandemia.
Ahora le toca el turno al verbo firmar, como prueba del consentimiento a otro atropello más en nuestra integridad. Solución salomónica, se atreven algunos medios en calificar a este nuevo ensayo clínico sobre la elección a gusto del suero milagroso.
Astrazeneca es segura, es segura, nos decían en febrero, aunque muchos de nosotros ya conocíamos algunos de sus efectos adversos a través de la prensa internacional. No obstante, y pese a nuestros resquemores, las posibles consecuencias sociales de no dar ejemplo con nuestra vacunación serían aún más terribles. Ahora la vacuna ya no es tan segura y quizás la segunda dosis de la otra vacuna en un estudio más amplio tampoco lo sea, pero para eso están los ciudadanos responsables firmando sus propia condenas. A veces, el silencio puede ser la peor mentira. La gran mentira que estamos viviendo en este país, un país de héroes y villanos en el que a la tragedia le sucede la farsa. Una vez más sus señorías se escurren el bulto y la responsabilidad. Y cuando terminen sus mandatos no rendirán cuentas de nada, pues nada han firmado.
Rosario Lara Vega.