Aprobar una asignatura cualquiera supone haber alcanzado unos objetivos mínimos en el dominio y conocimiento de de los contenidos y habilidades propios de esa asignatura –lo que se llama ser competente en un ámbito del conocimiento–. Proporciona una enorme alegría al profesorado ver avanzar a nuestros alumnos aprendiendo cada día cosas nuevas y superando con éxito las distintas asignaturas y cursos. Por contra, suspender cualquier asignatura implica que el alumno no ha podido, por causas que habrá que valorar, alcanzar esos objetivos mínimos imprescindibles. Ante este fracaso, hay que poner en marcha las estrategias extraordinarias necesarias para solventar el problema sin dilación. Una de ellas es la repetición. Hay que partir de la premisa de que repetir una asignatura o un curso no es algo malo en sí mismo; muy al contrario, supone una nueva oportunidad que se ofrece a los alumnos para conseguir lo que no han alcanzado en un primer momento.
Sin embargo, hoy la repetición de curso es un recurso más que cuestionado por la sociedad en general. Algunos padres sobreprotectores no puede soportar ver sufrir a sus hijos; tener que estudiar se considera una crueldad; esforzarse mediante una actitud disciplinada que lleve a los estudiantes a aprender y progresar se entiende como un tipo de tortura. En realidad, para algunos padres y educadores, el objetivo de los jóvenes debería ser, por encima de todo, disfrutar de la vida. Es sorprendente el enorme apoyo social que concita esta actitud destructiva del futuro de la sociedad. Muy al contrario de este infantil deseo de felicidad perpetua, la realidad nos muestra que lo mejor que podemos hacer por nuestros hijos es prepararlos para que se enfrenten a la vida con entereza y esfuerzo, pues solo así, luchando contra la adversidad tienen posibilidades de triunfar sobre ella.
¿Por qué algunos políticos, educadores y padres apoyan pasar de curso independientemente del número de suspensos que un alumno haya acumulado? Además de por esa actitud sobreprotectora de la que ya hemos hablado, existe un indisimulado desprecio por el conocimiento. Algunos creen que los jóvenes no necesitan saber mucho para ser felices. En realidad, tras esta postura está el convencimiento de que el éxito no depende de uno mismo, sino que se consigue con ayuda, siendo otorgado por otros –herencia de los padres, enchufe familiar o de amigos, favores de políticos…–. Por eso, es más importante la capacidad de conseguir ese regalo otorgado que saber muchas cosas que algunos estiman inútiles.
En realidad, pasar de curso sin haber alcanzado los objetivos mínimos programados supone permitir que los jóvenes carezcan de los elementos necesarios para enfrentarse al nuevo curso y a los nuevos contenidos con posibilidades de éxito. Pasar de curso sin aprender es condenar al alumnado al fracaso escolar sin paliativos y, por añadidura, al fracaso social. No puede haber una postura más suicida para la sociedad. Pretender tomar atajos hacia el éxito solo puede abocarnos al peor escenario posible: una sociedad ignorante, frustrada y fácilmente manipulable por los populismos políticos.
¿Qué debería, entonces, hacer la Administración educativa para solucionar el problema del fracaso escolar?
- En primer lugar, escuchar a los profesores para saber dónde radica el problema. Puede ser que el alumno necesite atención especial (NEE), que no haya alcanzado la madurez necesaria para superar con éxito esa etapa –y la repetición de curso le venga de perlas–; también puede ser que necesite más tiempo para aprender y comprender (el verano siempre ha sido una oportunidad que se está desaprovechando).
- Hablar con las familias. Hay que comprender que no todas las familias saben cómo acompañar a sus hijos en el itinerario educativo. Quizá necesiten asesoramiento o formación para poder ayudar a sus hijos.
- Tomarse en serio a los alumnos. Cada uno de ellos va construyendo su propio camino, conformando sus proyectos y descubriendo sus metas. El sistema educativo debería ser más flexible para que los jóvenes recorran diversos itinerarios educativos hacia su propia meta.
- Proveer de recursos humanos y materiales suficientes al sistema educativo público: profesores de apoyo, orientadores, clases individualizadas…
- Dar tiempo para que cada alumno llegue, con su esfuerzo, a su meta final.