¡Qué difícil es suspender hoy en día! Aunque esta exclamación pueda ser sorprendente, no deja de ser la pura verdad en cualquier instituto de Andalucía. En los centros escolares hay un importante número de alumnos que sestea de hora en hora durante toda la educación secundaria obligatoria. No es inusual ver alumnos que dedican las seis horas del día que tienen que pasar en los institutos a no hacer nada. Los profesores nos esforzamos en intentar conseguir algo con este tipo de alumnos: bajamos los contenidos al mínimo; después, los volvemos a bajar; hacemos recuperaciones, unas detrás de otras, muchas veces reutilizando los mismos exámenes; finalmente, tras exámenes fáciles, exámenes repetidos, exámenes previamente trabajados en clase… conseguimos aprobar a unos pocos de estos alumnos.
Por si no fuera suficiente, redoblamos esfuerzos: “Hazme este trabajito y te subo la nota”; “Completa estas fichas y te apruebo”; “Preséntate, al menos, al examen y ya veremos lo que pasa…”
Ahí no queda la cosa, después vienen las reuniones de evaluación… Los que nos dedicamos a la enseñanza hace tiempo que hemos superado el límite de la vergüenza propia y ajena sobre lo que puede pasar en una reunión de evaluación: “Súbele la nota”; “Aprueba esas dos asignaturas y nos lo quitamos de enmedio”; “Cómo puede ser que no apruebe tu asignatura si en todas las demás ha sacado buenas notas…” La presión que el profesorado que quiere ser justo con sus notas soporta es tal que la inmensa mayoría hace años que ha tirado la toalla. Si a los padres y a la Administración no les importa el nivel de analfabetismo con el que se gradúan muchos alumnos, el profesor de a pie termina claudicando.
Y la puntilla la ponen las reclamaciones… Los alumnos y padres ya saben que reclamando consiguen aprobar cualquier cosa. Si el profesor no decide motu proprio aprobar tras la reclamación, el departamento se encargará de ello –no vaya a ser que el inspector les obligue–. Y, si finalmente interviene la inspección, el aprobado está casi asegurado –actualmente la normativa es tan farragosa que virtualmente es imposible no haber incurrido en un defecto de forma–.
Ahí lo tenemos, un sistema educativo donde todos saben que las notas no corresponden a la realidad: muchos de los aprobados son simplemente regalos para que los implicados no tengan que complicarse la vida y un número considerable de alumnos sencillamente no saben leer ni escribir con un mínimo de competencia.
Menos mal que todavía hay alumnos que quieren aprender, padres que valoran una buena enseñanza y profesores con profesionalidad que intentan transmitir conocimientos a sus alumnos… pero ¿serán suficientes para construir una sociedad culta y próspera?